Para reflexionar

Hoy queremos compartir con vosotros uno de los textos trabajados en nuestro “Club de Lectura”. Esperamos que os guste tanto como a nosotros:

“Érase una vez un anciano muy sabio que reposaba, sentado en una roca, al lado de la puerta principal de una importante ciudad del desierto. Aquella ciudad era un oasis, donde los viajeros y comerciantes iban y venían, por lo que aquel anciano pasaba sus días distraído y en paz.

Un buen día, un viajero se acercó al sabio, pensando que aquel venerable local podría responder a sus preguntas sobre la gente de la ciudad, y así decidir si vivir ahí o seguir en su búsqueda de un buen lugar.

—Dígame, señor, ¿qué podría decirme de la gente que vive en este lugar? —preguntó el viajero.

El anciano lo miró fijamente y, con una ligera sonrisa que se percibía bajo su larga barba, respondió:

—Antes, dígame usted algo. ¿Qué opina de los vecinos de la ciudad de la que viene?

—¡Muy malos todos! —exclamó el viajero, airado—. Nadie se podría fiar de semejantes personas. Son vagos, egoístas y mentirosos, ¡por eso me fui de allí para no volver y busco un sitio mejor para vivir!

—Siento oír eso —dijo el sabio—. Y también siento decirle que lo mismo encontrará en esta ciudad…

El viajero, al oír eso, dio media vuelta, triste y resignado, y decidió no entrar en la ciudad y proseguir su viaje en busca de un mejor lugar donde vivir…

Ese mismo día, un poco más tarde, llegó un segundo viajero, más joven y risueño. Al ver al sabio sentado en la roca, decidió preguntarle antes de entrar:

—Señor, quiero entrar en esta ciudad para vivir, crear un pequeño negocio y prosperar, pero quisiera saber cómo son sus gentes. Le agradecería mucho cualquier información que me ofreciera sobre ellos.

—¡Por supuesto que lo diré! —saltó el anciano—. Pero antes contéstame, muchacho, ¿cómo son aquellos que viven en la ciudad de donde vienes?

—Buena gente, por lo general —dijo el joven, sin pensarlo mucho—. Hay de todo, igual que en todos los sitios, pero la mayoría intenta prosperar con lo que tiene. Algún mangante hay, pero incluso se vuelven afables según cómo se les trata. Se podría contar con ellos, no hay duda.

El anciano sonrió y, después, respondió al viajero:

—¡Bienvenido a la ciudad, amigo! Estas calles te esperan, pues en ellas encontrarás muy buena gente, la misma que en tu ciudad de origen. ¡Buena suerte!”

Francesc Miralles

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