Hay que echarle sal a la vida

Cuando alguien dice “qué salada eres”, lo encontramos natural y no pensamos más. Pero pensemos…:

 

El origen de la sal, como condimento, es de China, durante el reinado del Emperador Huanghi en el año 2670 a.C.

La sal ya se citaba en el Antiguo Testamento (Lev.2;13) “…sazonarás con sal toda ofrenda…” y en otras muchas ocasiones.

El poeta griego Homero habló de sus cualidades, igual que Platón, que escribió: “..que la sal, como el agua y el fuego, es uno de los primeros y divinos ingredientes de la vida”.

Los nómadas del desierto la ofrecen como signo de hospitalidad y también para estrechar lazos de amistad.

También está en el cuerpo humano, como ingrediente indispensable.

Desde tiempos remotos ha sido para la humanidad, algo casi sagrado.

¿Os imagináis lo que sería de nosotros sin ella?

A parte de una “sosería” aplastante no podríamos disfrutar del bacalao al pil-pil, las anchoas y otros muchos salazones. Y nuestras ricas comidas, si no fuera por ella, ni fu, ni fa.

¿Habéis visto algo tan interesante como las salinas? Se pone agua de mar, vine el señor sol y zas, se vuelve sal pura.

Pero claro, hay que usarla con moderación, porque nos puede pasar como al Mar Muerto, que por exceso, hay que ver lo que le ha ocurrido.

Y después de haber ido a una comilona, salimos contentísimos y luego vienen los médicos y nos dicen que es mala para la tendsión, la obesidad, etc.

Y yo soy gordita, ¡mecachis!

 

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