Hoy ha sido una mañana intensa, además de la tradicional lectura del periódico, los residentes, de motu propio, han recopilado y proporcionado material para debatir:
- “Las colas del hambre derivadas de la pandemia”: una vez más brota el enfado hacia los políticos y a la mediatización que se está realizando de la pandemia. Sólo se habla de infectados, pero no se profundiza en el resto de consecuencias sociales que está provocando la covid.
2. A raíz de una entrevista realizada a la actriz Juana Acosta, protagonista de la producción cinematográfica “El inconveniente” (argumento debatido previamente en otras sesiones), se inicia el coloquio “¿es posible que una pandemia como ésta inspire algo positivo? La actriz afirma que “está siendo transformador. Mi escala de valores ha cambiado y mi atención está mucho más sobre asuntos esenciales. Está claro que es muy duro para mucha gente y que ya se está alargando demasiado; estamos cansados, pero si no aprovechamos la oportunidad para ser más conscientes o, como mínimo, replantearnos ciertos asuntos, estamos perdiendo el tiempo. A mí, entre otras cosas me sacó de mi zona de confort y estoy empezando a vincularme a mi profesión de otra manera, abarcando terrenos que desconocía. Por supuesto que saldremos más fuertes y ojalá mucho más conscientes. Quizás no sólo se trata de mirar para afuera, quizás es una buena oportunidad de mirar hacia adentro.”
Compartimos la opinión de Juana respecto a la introspección e introyección.
Entre los comentarios de los residentes hemos podido rescatar los siguientes:
- Para mí, ha supuesto, que cosas que parecían imprescindibles como por ejemplo realizar mis salidas del centro, aunque sin gustarme he aprendido a vivir sin ellas. Antes el no salir me producía gran frustación, y con el covid he aprendido a manejarla. Además creo que se ha visto mucha más solidaridad entre las personas, me ha impulsado a buscar nuevos intereses y me ha resultado gratificante toda la ayuda por parte del personal de la residencia, en especial la proporcionada por los fisioterapeutas y terapeutas. (I.V.)
- Creo que se ha visto más unidad dentro de la residencia (C.G.I)
- He ganado una madre y amigas en la residencia. Estoy muy contenta donde estoy, he visto mucho cariño (P.M.R)
- Me he acostumbrado más a estar aquí, estoy a gusto. (H.R.)
- Para mí (P. M. H.) tres cosas:
- La principal: sentirme integrada en la residencia. Yo era una persona que había escogido vivir aquí como cuando uno va a un hotel: utilizo los recursos pero no formo parte de lo que pasa. Al estar un año aquí encerrada, lo que he sentido es que es “MI residencia”, “MI casa”, y que lo que sucede aquí es algo que me está sucediendo a mí también. Para mí ha sido un gran paso. Me siento muy bien porque estoy en mi casa.
- Hacer consciente que he vivido un antes y un después. Creo que después de esto la vida se va a ver de forma diferente, que habrá un cambio en las actitudes de las personas.
- Hacer consciente que una cosa tan “invisible”, “insignificante” como un virus ha sido capaz de cambiar la vida a todo el planeta; hacer consciente que las cosas pequeñas son importantes.
3. Lectura del artículo escrito por Guillermo Vila, que nos ha gustado tanto que lo queremos compartir íntegro con vosotros: Un telón personal:
“Feli tiene 106 años y ha pasado el coronavirus sin síntomas. Olé sus años. Esta pasada semana, junto a casi 200 personas que viven en residencias y que ya han sido vacunadas, asistió a una función en el Teatro EDP Gran vía de Madrid. Si miran la imagen, se verán observados. Y así debiera ser la vida. Rara vez les miramos de verdad, más allá de la lástima, la condescendencia o, peor aún, la prisa. Con demasiada frecuencia los tratamos como niños y nos referimos a ellos con etiquetas diversas: mayores, ancianos, viejos… reduccionismos todos de su poliédrica realidad. ¿Por qué les hablamos a gritos y les hacemos preguntas cuyas respuestas no nos interesan? Es más, ¿por qué los metemos a todos en el mismo saco? Los llamamos mayores y ya con eso nos pensamos que explicamos toda su realidad, como si Feli tuviera las mismas heridas y anhelos que Adela, de 86 años, o Teresa, de 96.
Es propio de este mundo de cuotas y leyes: necesitamos incluir a cada persona en un colectivo para poder ubicarla en algún esquema mental previamente ideologizado. Pero no somos mayores, jóvenes, mujeres, hombres, no nos definimos exclusivamente por nuestra edad, origen social, nivel cultural, profesión o, lo más complejo de todo, orientación sexual. Cada una de esas personas a las que vemos en las butacas rojas, expectantes, arrastran una vida única, concreta, indefectiblemente digna. Y no, la vida no es puro teatro. No sé a quién le debemos la frase, pero qué flaco favor le hizo a la vida. Que es siempre real, en sus cruces y en la insospechada esperanza que cobijan sus días. Y de eso debe saber mucho Feli, que nació el mismo año que Santiago Carrillo o que Orson Wells y Frank Sinatra. Ha visto a tres reyes y a un par de dictadores, dos epidemias, dos guerras mundiales, una civil; más las cosas que habrá visto, oído y sentido huesos adentro. Como para que ahora la metamos en una etiqueta y nos quedemos tan anchos, como si estadística alguna pudiera resumir una vida entera.
Ahora bien, esta pandemia que tratamos de dejar atrás nos ha enseñado a valorar la vida real frente a la virtual, la palabra compartida en vivo frente a la mediada, el abrazo firma frente al codazo ridículo. Necesitamos al otro, que no es un infierno como dijo Sartre, sino un hermano con el que compartir un camino de esperanza. Alguien con quien ir al teatro, echarse unas risas, comentar la jugada y, entrada la noche, batirse en retirada cansados de palabras y silencios. Miren su mirada llena, abierta, analógica, imaginen la vida que reside en los surcos de sus manos, escuchen su aplauso agradecido. No es puro teatro, sino pura vida. Y cada una de ellas representa, por sí misma, la vida entera, porque todos los mares existen en una gota de agua, todos los desiertos en un solo grano y el gran misterio detrás de cada telón que se abre… y se cierra.”