UN VIAJE CON INCIDENTE

Cuando yo era pequeña (tendría unos 9 años), trasladaron a mi padre, que era militar, a Murcia. Teníamos que hacer el viaje desde Pontevedra, pero nos detuvimos unos días en Madrid.

Cogimos el tren y subimos en un vagón de primera, que era el que nos correspondía.

No recuerdo en qué estación del recorrido nos dijeron: «Todos los viajeros de este vagón tienen que dejarlo y pasar al furgón de cabeza, porque se ha incendiado un cojinete».

Como es natural era de noche. Allí fuimos: papá cargado con dos maletas, mamá con la cesta de la comida y alguna cosa más, nosotras, las cuatro hermanas, llenas de paquetes…

En el furgón la única ventilación que había era una puerta grande. Había en el fondo, un espacio (pequeño) separado por unos barrotes de hierro, y detrás, unos sacos de patatas. Papá nos metió allí a las  más pequeñas.

Os podéis figurar lo que allí había. Todos los viajeros con sus maletas, menos mal que les servían para sentarse en ellas. El calor era tremendo (debía ser verano, no lo recuerdo). Teníamos que tener la puerta abierta. Pero cuando entrábamos en un túnel, como estábamos al lado de la locomotora nos entraba todo el humo y teníamos que cerrar la puerta. Nos quedábamos a oscuras. Los hombres encendían los mecheros. Pero entonces el calor era insoportable y se habría la puerta, y claro, otra vez entraba el humo.

A nosotras se nos clavaban las patatas en el pompi y no hacíamos más que movernos.

Como teníamos sueño, yo me apoyé en los barrotes y me dejaron la cara como si fuera una ventana con rejas, se marcaron por la carbonilla.

Ya por la mañana pasamos a un vagón precioso y pudimos descansar.

 

Me he olvidado de decir que cuando nos cambiamos al furgón, todos los viajeros de los vagones de tercera, estaban asomados a las ventanillas y decían con mucha guasa: Ala, ala, los señoritos al furgón.

 

Bueno, lo principal es que llegamos a Madrid contentos y felices.

Y conste, que todo esto es verdad, que lo he vivido y no he inventado nada.

 

 

Isabel Valdenebro

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