Soy mayor. Vivo en una residencia, lo que en esta situación de pandemia por el COVID me ha convertido en un grupo especialmente sensible, necesitado de protección.
La Comunidad de Madrid, nos tiene confinados, sin poder salir a la calle desde marzo de 2020. Con dos períodos de permanencia en la habitación las 24 horas del día, uno de 59 días (del 21-3-20 al 18-05-20) y otro de 14 días ( del 24-10-20 al 6-11-20).
A esta limitación de libertad añado, la privación de ver gente vestida “normal”, de calle; como es de suponer todo el personal de la residencia está vestida con su ropa de trabajo, donde abunda el blanco, va con gorro recogiendo y tapando el pelo, mascarilla y guantes.
Llevo viviendo en esta nueva galaxia 9 meses. He pasado por variedad de estados de ánimo, desde el extremo de pensar en la muerte como una esperanza a vivir el presente con alegría y contento, centrándome en el momento sin escapar a lo que me gustaría o quisiera.
En no de los períodos de “vivir lo que toca” me pregunté: dime, Pilar en una palabra lo que está siendo lo peor de esta situación. A los pocos días me vino a la mente la respuesta. Lo más duro es el no poder fusionarme con otra persona en un gran ABRAZO. Mi ser grita por la abstinencia del contacto. Las normas son: no tocar, no besar y obviamente, no abrazar.
He querido comprender esta necesidad del abrazo para considerarme una persona normal. He buscado en google y según el universodeemociones.com. Destaco “el acto de abrazar tiene un poder emocional capaz de disipar las emociones negativas…”, “varios especialistas coinciden en que los abrazos nos ayudan a:
– rebajar el nivel de ansiedad y angustia.
– nos ayuda a conectar con los demás con una comunicación más afectiva
– derrota el miedo, pues éste se alimenta de la fragilidad emocional. Un abrazo refuerza los sentimientos.
– favorece la comunicación emocional, nos ayuda a expresarnos sin palabras
– nos ayuda a superar bloqueos físicos y emocionales
– genera bienestar y mejora nuestro humor”
